Resumen: ¿Qué está en juego, o mejor, qué se bate en lucha cuando queremos afirmar nuestra historia como verdadera frente a otras que la deslegitiman y califican como carente de objetividad? ¿En qué reside la importancia de exponer un hecho de una forma determinada y hacerlo verdadero a ojos de los demás? En el siguiente trabajo intentaremos desenterrar las raíces del poder que se asientan subrepticiamente en nombre de la objetividad de la Historia, proyecto intelectual que surge durante el siglo XIX y que sumió a Occidente en una mirada global del mundo y de la especie humana en su conjunto. En qué consiste esta mirada histórica y cuál es su peculiaridad con respecto a líneas de pensamiento pasadas lo desarrollaremos más adelante. El pensamiento histórico del XIX asentó las bases de lo que hoy consideramos como vivir humanamente, que no es otra cosa que vivir históricamente, y confirió al individuo aislado la oportunidad de ser un actor en la obra de la Humanidad. Precisamente porque la historia permite englobar bajo un mismo arco todo lo humano gracias a dar un sentido a lo humano, sentido imperecedero, es que se cristaliza como la mayor justificación de la moral occidental. Su escrutinio conllevaría en gran medida desenterrar el punto de fuga hacia el que deberían dirigirse todas las acciones humanas, convirtiéndose el proyecto histórico en el renovado y más perfecto proyecto político de Occidente. La aparición en el lienzo del conocimiento de la posibilidad de una nueva e inédita síntesis del Todo, esencialmente histórica, supone la búsqueda de un telos que justificara los actos humanos en nombre del progreso. A partir del carácter teleológico y moral con el que se impregna el curso de los acontecimientos humanos es que se tratará de enfrentar a Nietzsche contra Kant y Hegel, con el fin de echar por tierra y conocer la verdadera cara de dichas acepciones. Como conclusiones de este careo se resolverá que el pensamiento histórico adultera y malentiende la libertad humana, la cual queda reducida en Hegel al mero mirar impávido de un espectador que observa como la historia se hace sola y que reduce la vivencia del fenómeno “tiempo” a la postergación de la acción hacia un fin, aniquilando el aquí y el ahora. Por otro lado, el pensamiento histórico como culmen y cristalización de la moral supone una enajenación de la esencia de la fuerza, es más, podrá decirse que es el mayor logro secularizado por disfrazar la fuerza con atavíos insidiosos e inocentes, ocultando la verdadera naturaleza del fin de la Historia: la dominación de la moral occidental. Friedrich Nietzsche es precisamente un gran autor para poner en duda esta inocencia pecaminosa que siempre precede a la moral: esta anula o esconde el verdadero origen de la fuerza, dando a las expresiones morales de dicha fuerza el matiz de divino, objetivo o natural, como si dicha fuerza no hiciese otra cosa que obedecer a un poder mayor que justifica sus acciones y que, al estar “por encima”, no dominan, sino que obedecen desinteresadamente . Pero, ¿no es toda fuerza por definición siempre egoísta y avasalladora?