Resumen: La historia de Aragón está marcada por un contraste de luces y sombras, una especie de ciclo que nos acompaña a lo largo de la historia y que nos obliga a poner los pies en la tierra cuando nuestros sueños alcanzan los cielos. Un claro ejemplo sería el de nuestra nación, la cual experimentó un crecimiento paulatino desde el pequeño condado, satélite de Carlomagno en sus orígenes, ubicado entre los valles de Hecho y Canfranc, que fue progresando con el paso del tiempo hasta convertirse en Corona y dominar parte del territorio peninsular, Cerdeña, Nápoles, Sicilia e incluso Atenas. Tras alcanzar un esplendor inimaginable, a finales del S. XVI comenzó la decadencia que culminaría un siglo después con los Decretos de Nueva Planta, desplazando a Aragón a un segundo o tercer plano. La historia de la Estación Internacional de Canfranc también sufre ese ciclo, desde la proyección del ferrocarril de la S.A Aragonesa por Zaragoza y Canfranc, pasando por la comisión hispano-francesa, la construcción de la estación, sus escasos años de vida útil y el inicio de sus años más oscuros a partir de 1970. Sin embargo, en esta ocasión, parece que el sueño de todo Aragón resiste al igual que el viejo edificio, negándose a cerrar el ciclo “típico” de nuestra historia y caer en el olvido, peleando día a día por un futuro mejor. Canfranc también tiene luces y sombras, pero la luz que cruzará Somport está por llegar.