Resumen: Las toxinas botulínicas son un conjunto de neurotoxinas producidas por bacterias del género Clostridium que provocan el botulismo. Sin embargo, en las últimas décadas se han usado para tratar numerosas patologías y trastornos por su potencia y los efectos que tiene en el organismo. Se clasifican en 8 serotipos, donde el que predomina por su importancia en el uso médico es la de tipo A (BoNT/A). Su mecanismo de acción mejor caracterizado es la escisión de proteínas SNARE (como SNAP-25), lo que imposibilita la liberación de neurotransmisores a la hendidura sináptica, provocando parálisis flácida por interrumpir la señalización de contracción muscular. Sin embargo, otros efectos han sido descritos en lo relativo a este mecanismo de bloqueo de neurotransmisión. Igualmente, se ha investigado la relación entre la toxina y la menor expresión de algunos receptores que son vehiculizados a la membrana en vesículas que utilizan proteínas similares a las que movilizan las vesículas de neurotransmisores y siendo, por tanto, diana de la toxina botulínica. De esta forma, más allá de su conocido uso en medicina estética para reducir las arrugas de expresión, pacientes con condiciones clínicas muy diversas, tales como depresión, migraña, piel grasa o blefaroespasmo, han visto mejorar sus síntomas en los últimos años gracias a la investigación clínica de esta toxina. Tanto es el interés que despierta que incluso se han propuesto numerosas modificaciones genéticas para mejorar algunas de sus interesantes propiedades, quedando abierto un gran campo de estudio para seguir mejorando la vida de los pacientes en el futuro próximo.