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000047094 1001_ $$aElena García Rubio
000047094 24500 $$aOlivares, la Unión de Armas y Aragón: entre la lealtad y la resistencia
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000047094 520__ $$aAunque no existe un acuerdo unánime entre la historiografía modernista, tradicionalmente se ha considerado en S XVII como un periodo de contracción. Durante esta centuria, la pujante Monarquía Hispánica del S XVI no solo pierde fuelle en el contexto Europeo sino que cava la tumba de su propio ocaso por resistirse a abandonar el peso de una tradición, trufada de valores ya obsoletos, que seguía explotando el sueño imperial austracista de rectora de una Europa, que por encima de todo fue católica.  El coste material y humano de los compromisos bélicos que permitieron alimentar este sueño se facturaron a nombre de los habitantes anónimos de Castilla. Pero exhaustos ya sus recursos, la política del hombre que dirigió los destinos de las España de Felipe IV, el Conde-duque de Olivares, miró hacia los reinos como única salida para acallar las voces de una Hacienda Real que gritaba auxilio. La composición plural de los territorios de la Monarquía Hispánica garantizaron históricamente una cuota de autogobierno ejercido por las instituciones políticas propias de cada territorio. El aparato monárquico, avalado por el desarrollo teórico político del seiscientos en torno al absolutismo del poder real, medró para neutralizar el freno que a sus ambiciones le suponía la autonomía de los reinos. La última década del S XVI supuso un salto cuantitativo en la pérdida de influencia política del reino de Aragón. El precio político pagado a raíz de las alteraciones de Zaragoza de 1591 dejó a Aragón debilitada institucionalmente. Pero la ya frágil salud política del reino puso de manifiesto su definición pactista ante las exigencias reformistas de Olivares. Pero la Unión de Armas era un proyecto demasiado trascendental para el valido como para arrugarse ante los reinos. La resistencia de Aragón se fue quebrando y en su perjuicio iba detrayendo de su propia posibilidad de crecimiento, dinero y hombres para las guerras de la Monarquía. El reino soportó una gravosa carga contributiva de servicios económicos y humanos y sufrió en su territorio la devastación provocada por el rastro de la guerra.  La intensificación e insistencia de los requerimientos económicos que legalizó  Olivares en su decreto de la Unión de Armas para con los reinos provocó el alegato secesionista de Cataluña. Aragón, jugó en este tiempo un papel muy activo. Tanto la Corte como el Principado buscaron atraer al reino hacia su terreno pero la postura de los aragoneses a partir de septiembre de 1640 fue la de poner en marcha un intenso intercambio diplomático con las dos partes en litigio, tratando de evitar el enfrentamiento. En los primeros meses, Aragón se debatiría entre la fidelidad a Felipe IV y la comprensión de los postulados propuestos por los catalanes. Pero la guerra, ya convertida en un hecho, cambió el tono negociador por la defensa activa de unas fronteras que suponían la antesala de la entrada de la guerra en Aragón. El papel que tuvo que jugar en esta coyuntura histórica aragonesa el virrey de Aragón, duque de Nochera fue extremadamente delicado. Sus persistentes instancias por la prioridad y urgencia de asegurar la defensa del Reino tuvieron que convivir con el respeto de los fueros en materia militar, un tiempo que tuvo que respetar pero que desde Madrid fue entendido como deslealtad y medianía y traducido en una condena a muerte. Aragón se sumó a la causa real y con ello, terminó reconociendo su sumisión política que acabaría con la fortaleza del histórico pactismo.
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000047094 700__ $$aEnrique Solano Camón$$edir.
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