Resumen: El sistema agroalimentario atiende una de las necesidades más básicas de la humanidad, pero a su vez, vertebra una organización sociocultural, económica y política. Desde años remotos la actividad agrícola ha sido la creadora del paisaje, el territorio se organizaba en función a ella, y eran muchas las familias a las que daba soporte y autosuficiencia; pero en los años 60 el sistema cambió. Se produjo una alteración en la cadena agroalimentaria (Producción-Distribución-Consumo), y productores y consumidores perdieron poder decisivo, transfiriéndoselo al sector distribuidor, quien consiguió la separación de los extremos de la cadena y una descontextualización alimentaria con ello. El modelo alimentario pasó a ser insostenible por la cantidad de energía que necesitaba para su funcionamiento, además de la pérdida de soberanía ciudadana que manifestaba. Entonces, frente a este escenario de creciente poder de las grandes comercializadoras, aparece a principio de siglo por parte de la población productora y consumidora, una creciente desconfianza de este modelo; surgiendo panoramas alternativos que apuestan por la localización de alimentos y los circuitos cortos de comercialización como manera de: garantizar precios dignos, fomentar la economía local, proteger el medio ambiente, así como fomentar un tejido social en base al consumo responsable.