Resumen: Una vez que Roma consigue la supremacía en el Mediterráneo sobre Cartago, se impone también en la Península Ibérica. Allí encuentra resistencias en el ámbito lusitano y en la Celtiberia. En 179 a.C. Tiberio Sempronio Graco como pretor de la Citerior consigue pacificar la zona después de constantes victorias sobre los ejércitos indígenas. De alguna manera esos acuerdos son recordados veinticinco años después la ciudad celtíbera de Segeda, de los belos está ampliando su perímetro y fortificando sus defensas, algo que Roma no debe permitir porque aunque puede exonerar de cargas, lo hace mientras el pueblo y el Senado romano lo permita. Roma ve peligrar la seguridad del lugar y adelanta el calendario para enviar un cónsul para hacer la guerra. Una guerra que se resolverá con el siguiente cónsul, Claudio Marcelo que consigue otra paz no tan duradera. El desenlace final se producirá en el 133 a.C. cuando Emiliano sitie la ciudad amiga y consanguínea de Segueda y la aniquile hasta la destrucción total. Un periodo lleno de conflictos bélicos que obligaban a establecer pactos en términos de rendición y por tanto reconociendo la supremacía romana y siempre bajo sus estipulaciones.