Resumen: Hacia el 5500-3500 B.C. la península Balcánica, primer lugar de Europa en adoptar la forma de vida neolítica, presenta una confluencia de condiciones sociales, políticas y tecnológicas no ocurridas antes o en otro lugar en la medida en que se producen en este momento. Es, por tanto, con el Neolítico pleno y final, cuando se desarrolla esa combinación de elementos, originando una complejidad creciente en las edificaciones y en las necrópolis extramuros (Cernavoda, Durankulak y Varna, entre las más representativas), además de una cierta especialización en las materias primas utilizadas por los distintos grupos culturales (cobre, oro, conchas de Spondylus, Dentalium y grafito), que transmiten algo bien distinto, el sentimiento de ostentación. Es una complejidad que también es observable en la simbología contenida en diversos artefactos, prestando especial atención a las figurillas, al ser un arte mobiliar que incrementa su número en este período. Al respecto, son muchas y variadas las teorías que se han planteado acerca de su interpretación y que responden a las cuestiones de interés del momento histórico en que se crean, destacando a Gimbutas y a Bailey, quienes analizan las figurillas como expresión religiosa (representaciones de divinidades pertenecientes a una religión basada en el culto a los poderes de la naturaleza, cuya imagen principal es la de la “Gran Diosa” o “Diosa Madre”) y como expresión identitaria (las figuras contribuyen a conformar la identidad de cada comunidad). Se trata de teorías que representan el pasado y el presente; en definitiva, la evolución de las tendencias de investigación a lo largo del tiempo, pero si hay algo que siempre se debe tener presente es que el conocimiento de las sociedades del pasado es, necesariamente, sesgado, ya que el orden de racionalidad, la comprensión del mundo y la significación dada a cualquier fenómeno de la realidad es distinto del actual.