Resumen: Posiblemente una de las obras que mejor encarne el espíritu del Romanticismo sea el castillo de Neuschwanstein, o Nueva Piedra del Cisne, construido en la cima de una escarpada colina de los Alpes, entre montañas y lagos, en Schwangau (Alemania). Esta arquitectura que parece sacada de un cuento de hadas, con sus esbeltas formas neogóticas, sus lujosos decorados interiores y sus pinturas murales inspiradas en leyendas medievales propias del ciclo artúrico de la Bretaña, la tradición germánica y del folclore nórdico, que las óperas de Richard Wagner (1813-1883) estaban recuperando como fuente de inspiración. Una obra que reúne todos los anhelos del rey Luis II de Baviera (1845-1886), un monarca que encargó su palacio de ensueño, tomando como modelo una Edad Media idealizada, al escenógrafo muniqués Christian Jank, al arquitecto Eduard Riedel y otros artistas y decoradores, como los pintores August Spiess, Wilhelm Hauschild o Ferdinand von Piloty, que lograron crear una obra de arte total en la que Parsifal y los caballeros del Santo Grial quedaron plasmados para la eternidad.