Imágenes para una nueva Roma: iconografía monetal de la colonia Caesar Augusta en el periodo julio-claudio

Aguilera Hernández, Alberto
Domínguez Arranz, Almudena (dir.)

Universidad de Zaragoza, 2015


Resumen: La moneda en su papel de "pregonera", transmisora de ideas y conceptos mediante el uso de la imagen. Es esta la faceta de la Numismática la que nos hemos planteado aplicar, estudiar y conocer en el ámbito de uno de los talleres monetarios hispanos más atractivos durante la dinastía de los Julio-Claudio: la ceca de Caesar Augusta. Ciertamente, pocas oficinas provinciales han legado grabados sobre el metal los repertorios iconográficos que nos transmiten las monedas cesaraugustanas a base de un rico elenco de imágenes, tanto en su número como en su variedad, y siempre dispuestos a ofrecernos sorprendentes matices si nos acercamos hasta ellos desde la óptica adecuada, formulando los planteamientos apropiados y desde una precisa metodología de trabajo. Esta, desde la década de los años sesenta del pasado siglo, aparece dominada por los planteamientos teóricos que propone la semiología en tanto que la moneda, como una realidad material más de la Antigüedad, contiene signos ligados a un significante, a unas circunstancias reales y a uno o más significados codificados a partir de un contexto cultural determinado. Un mensaje que, no lo olvidemos, debe ser descodificado en relación al contexto en el que ha sido emitido y, por supuesto, desde la intención determinada del emisor, aunque teniendo en cuenta la posible significación polisémica de una misma imagen si se operan cambios sustanciales en las circunstancias de su recepción o bien en la realidad social que la ha generado. Se trata, en definitiva, de superar los análisis formalistas y funcionalistas como de manera insistente han demandado autores como Paul Zanker, aunque para otros como Fabiola Salcedo, el gesto y la actitud de la imagen, o lo que tradicionalmente los historiadores del arte han venido denominando como el estilo, también son indicadores que no deben descartarse por contribuir, y no poco, a clarificar el mensaje desde el análisis de la forma. Superadas pues las corrientes positivistas, en parte gracias a la escuela materialista italiana y de la psicología del estilo de raíz kantiana liderada por Wilhelm Worringer en colaboración con la iconología, en la actualidad prima una postura que aboga por entender a una determinada obra como portadora y transmisora de ideas y conceptos y, en nuestro caso, también de mensajes propagandísticos, en sus contextos históricos y culturales. Los canales utilizados en la Antigüedad como soportes de mensajes propagandísticos fueron múltiples y variados. Como todo lo anterior, así lo ha referido Elena Castillo para los programas escultóricos estatales y para la arquitectura principalmente pero, sobre todo, y haciéndose eco de las tesis de otros autores como Jean-Pierre Bost, Andrew Wallace-Hadrill u Olivier Hekster, de manera especial para la moneda, el medio de difusión más eficaz utilizado en el mundo helenístico y romano capaz de propagar a lo largo y ancho del Imperio las ideas ligadas al poder emanadas desde la familia imperial. Cabe preguntarse, en primer lugar, quién fue la autoridad emisora de las prolíficas emisiones cesaraugustanas y la respuesta, al menos en el estado actual de nuestros conocimientos, se encuentra en el senado local y en sus magistrados, los duumuiri, que fueron los que casi siempre, mediante la nominación de sus nombres, refrendaron las acuñaciones. El hecho de que las emisiones no fueran continuas ni regulares en el tiempo, hizo innecesaria la existencia de una magistratura específica a diferencia de lo que ocurría en Roma, donde la tarea estaba encomendada a los tresuiri monetales. Por ello, y en nuestro caso, son los más altos cargos de la administración local los encargados de controlar las emisiones, algunas de ellas costeadas por ellos mismos, y como eficaz modo de propaganda para las élites ciudadanas. Probablemente, fue también a estos magistrados a los que les cupo la responsabilidad de la elección de los repertorios iconográficos que iban a figurar sobre cada uno de los bronces puestos en circulación, claro está que con una finalidad, pero no siempre fácil de determinar. En efecto, si la elección de las imágenes se produjo a instancias de los magistrados locales y no desde el centro del poder estatal resulta obligatorio interrogarse sobre si nos encontramos verdaderamente ante tipos propagandísticos sobre un soporte donde inmortalizar el exempla de comportamiento cívico en tanto que buena parte de los prototipos iconográficos se localizan previamente en las estatales, para las que sí existe una mayor certeza sobre la forma en la que se seleccionaban sus tipos a partir de autores como Richard Jones, Barbara Levick, Carol Humphrey Vivian Sutherland o Andrew Wallace-Hadrill. No solo eso, como afirma Elena Castillo, los miembros de la domus Augusta fomentaron la circulación de nuevos prototipos escultóricos cuando se produjeron cambios políticos relevantes, mientras que los gobernadores provinciales y los comitentes privados los reprodujeron en los lugares públicos de las ciudades con objeto de medrar en la escala social. A este respecto, Caesar Augusta también demostró una gran sensibilidad y versatilidad a la hora de adecuarse a las distintas coyunturas históricas que jalonaron los gobiernos de Augusto, Tiberio y Calígula, pues en los tres reinados, frente a una aparente línea continuista en el plano iconográfico de sus monedas, lo cierto es que se desarrollaron tres programas propagandísticos cívicos completamente distintos en cada uno de ellos, un hecho nunca lo suficientemente remarcado, pero siempre bajo la influencia y dependencia de la propaganda que, de manera contemporánea, estaba siendo desplegada y recibida fundamentalmente desde las cecas de Lugdunum y Roma. En otro orden de cosas, y una vez planteadas las incógnitas sobre la autoridad emisora de las monedas cívicas, también debemos interrogarnos sobre a quién y el qué estaban representando ese amplio repertorio de imágenes que formaban parte de un complejo engranaje simbólico que facilitaba la creación de identidades, bien comunitarias pero también de estatus concretos, reforzadas además por los códigos lingüísticos y sistemas gráficos que las acompañaban. Dicho de otro modo, si la iconografía estaba publicitando la imagen que Caesar Augusta tenía de sí misma o si se trataba, en cambio, de la imagen que la clase dirigente querían dar de sí misma, habida cuenta del papel protagonista desempeñado por las élites provinciales en la adopción del modelo urbanístico romano y en la introducción de ideas y signos externos del modo de vida romano con la clara intención de resaltar su pertenencia al Imperio. La diferencia entre una y otra cuestión no resulta banal, mucho menos si tenemos en cuenta el testimonio de Estrabón que nos habla de una sociedad heterogénea en la que convivieron tanto la población foránea como la comunidad indígena preexistente. A este respecto, para Pere Pau Ripollès la mayoritaria adopción del retrato imperial de las cecas hispanas para ilustrar los anverso monetales supuso que solo contaran con los reversos para grabar las imágenes que tuvieran una significación más localista, propia y, en ocasiones, hasta exclusiva y particular. Se trataba, en última instancia, tal y como ha referido Manuel Martín Bueno para el caso de la acuñaciones cívicas de la Tarraconense, de unos mensajes enunciados desde las ciudades emisoras en los reversos monetales al servicio del proyecto político como evidente foco de romanidad, a la par que servían a las clases dirigentes de instrumento de promoción y de auto representación, tanto de cara al interior como al exterior. Por último, debemos referir el debate existente en torno a la efectividad de la moneda como medio propagandístico ya que no es aceptada por todos los investigadores, o no al menos con una misma importancia. Así es, desde hace ya algunos años que se viene cuestionando la relevancia que tradicionalmente se le había conferido como potente medio de difusión de determinados valores ideológicos y a la eficacia comunicativa de las imágenes monetales que, en opinión de autores como Michael Crawford o Richard Jones, resultaron bastante limitados en contraposición de las posturas de Carol Humphrey Vivian Sutherland. Distinto es, en cambio, el matiz que proporciona Francisco Beltrán, pues aunque minimiza el impacto propagandístico de la moneda, de manera particular la provincial, reconoce el evidente interés que las imágenes contenidas en ella pudieron suscitar entre los habitantes de la entidad emisora e, incluso, entre las de los núcleos de población vecinos, al menos en el primer momento de ser acuñadas. En cambio, autores como José María Blázquez o Bernabé Ramírez destacan el importante papel de la moneda en la difusión del culto dinástico imperial como armazón del mismo Estado e institución política que fomentaba la cohesión social y el desarrollo de las ciudades, hasta el punto que el segundo de ellos afirmó que fue el Estado imperial quien puso en marcha un poderosísimo aparato de propaganda creado ex novo con una base fundamental en las acuñaciones monetarias. Elena Castillo, por su parte, refiere que el canal de comunicación de masas más importante en el mundo helenístico y romano fue el de las monedas, en cuyo soporte se daban a conocer distintos mensajes que, por su propia funcionalidad, eran difundidos de manera mucho más rápida. En esta misma dirección se manifiesta también Isabel Rodà, autora que reconoce que el papel de las monedas a este respecto fue, incluso, más importante que el de la epigrafía o la estatuaria, o Juan Antonio Mellado en cuanto a la efectividad de la propaganda monetal en la presentación pública de los herederos designados al solio imperial, una temática que retomó posteriormente José María de Francisco Olmos. Aunque sobre este debate vamos a volver en numerosas ocasiones a lo largo de estas tesis, por lo que a nosotros respecta queremos dejar claro, desde el principio, nuestra consideración de la moneda como un potente vehículo de propaganda oficial que mediante sus imágenes y epígrafes expresó y comunicó valores, ideas y conceptos que resultaban propios de la comunidad cesaraugustana. El planteamiento metodológico de esta tesis no se ha limitado solamente al estudio del documento monetal en general y de su iconografía en particular. Al contrario, siempre hemos creído necesario determinar el momento de creación de cada una de las imágenes, establecer bajo qué circunstancias históricas se crearon y cuáles fueron las que facilitaron su difusión, permanencia, evolución y, en algunos casos, también el de su sustitución definitiva por otras. Para esta empresa, resulta fundamental integrar todos los componentes que podemos tener a nuestro alcance, tanto las fuentes primarias como las secundarias: el material epigráfico, escultórico, arquitectónico, arqueológico, bibliográfico e historiográfico, pues todo este conjunto contribuye de manera más activa a determinar el significado del contexto social, político, religioso y cultural que generó el uso de una determinada iconografía y no de otra. De esta forma si, como hemos venido avanzado, la moneda fue y es portadora y transmisora de ideas y conceptos en sus contextos históricos y culturales, hemos creído conveniente dedicar el segundo capítulo, tras la presente introducción, a la predecesora de Caesar Augusta, la ciudad sedetana de Salduie referida por Plinio el Viejo como Saldubia. Aquí exponemos el intenso debate que existió hasta los años ochenta del pasado siglo con respecto a su ubicación bajo el solar zaragozano o bien en enclaves próximos. La ciudad, sin embargo, no parece cobrar cierto protagonismo en el escenario histórico hasta finales del siglo II a.C. como centro de reclutamiento de la turma Salluitana referida en el Bronce de Ascoli del 89 a.C., dos años antes de que el pretor Cayo Valerio Flaco sancionara la resolución de los magistrados de Contrebia Belaisca en lo concerniente a un pleito entre los salluienses y los allauonenses en relación a una canalización de aguas que los primeros realizaron en tierras de la Ciuitas Sosinestana, así como por la apertura de un taller monetal en el tránsito del siglo II y I a.C. con una única emisión conocida de unidades y mitades con el rótulo saltuie, de metrología semiuncial y de poco volumen de acuñación. El tercer capítulo se encuentra dedicado en su totalidad a Caesar Augusta, especialmente a las circunstancias históricas que hicieron posible su fundación como colonia inmune adscrita a la tribu Aniense para los veteranos licenciados de las legiones IV Macedonica, VI Victrix y X Gemina tras el final del conflicto cántabro y, por supuesto, a la revisión bibliográfica del tema que mayor controversia continúa planteando en el día de hoy en los estudios referentes a la colonia: el de su fecha fundacional que nosotros situamos en el año 18 a.C., coincidiendo con la presencia en el territorio de Marco Vipsanio Agripa, encargado de la reorganización política de Hispania. Estrechamente relacionado con lo anterior se encuentra también su identificación con la uncertain mint I, emisora de abundantes áureos y denarios batidos bajo Augusto entre los años 19-18 a.C. destinados a acometer el licenciamiento de veteranos legionarios y el pago de sus servicios, el traslado de las tropas al limes germánico y a la realización de las necesarias obras de ingeniería viaria. Se traza a continuación el desarrollo histórico de la colonia hasta la Antigüedad Tardía y no hasta el reinado de Claudio cuando cesaron sus emisiones. Para ello hemos recurrido a las fuentes literarias de Plinio el Viejo, Pomponio Mela, Estrabón, Ptolomeo, el Itinerario de Antonino, Cipriano de Cartago, las actas del Concilio de Elvira o Prudencio entre otros autores. En segundo lugar a las epigráficas, con referencias a todas las inscripciones que conforman el escaso corpus epigráfico de Caesar Augusta y otras aparecidas en diversos lugares, principalmente en Tárraco, la capital provincial y, por último, a las arqueológicas, porque las sucesivas campañas llevadas a cabo en los últimos años en el subsuelo zaragozano han sacado a la luz importantes vestigios de su arquitectura oficial, con ejemplos tan significativos como los complejos forenses; distintas infraestructuras hidráulicas y comerciales; el teatro dentro de los edificios de espectáculos o las termas públicas como espacios de recreación. Para todos ellos se incluyen los restos de la cultura material más significativos, con especial mención a los grupos estatuarios vinculados tanto al foro como al teatro. Avanzamos ya en este momento que la colonia romana se revela concebida y planificada desde sus orígenes con todas sus infraestructuras, pero reservando amplias zonas donde edificar en un futuro sus importantes espacios públicos. El proceso de monumentalización aconteció de manera más intensa durante el reinado de Tiberio, momento en el que el programa iconográfico de la ceca se modificó con respecto al desarrollado durante el de su antecesor, abogando ahora por unos tipos iconográficos centrados en la propaganda dinástica y en un incipiente culto imperial. La aparición entonces de figuraciones de templos y estatuas no solo respondieron a un fuerte orgullo cívico, sino también la intensa promoción edilicia que se estaba experimentando de manera paralela en la colonia. Seguidamente nos hacemos eco de la administración local y conventual de Caesar Augusta, donde el documento numismático adquiere una importancia de primer orden teniendo en cuenta los exiguos epígrafes conservados. Este nos ofrece la amplia nómina de los duumuiri, así como las únicas referencias conocidas de las tres ocasiones en las que el ordo Caesaraugustanum ofreció el duunvirato a cuatro miembros de la domus imperial: Germánico y sus tres hijos varones, los césares Nerón, Druso, y Cayo, el futuro Calígula, así como la identidad de algunos de los praefecti en los que estas destacadas figuras delegaron. Una vez precisado el marco geográfico e histórico en el que se desarrollaron las acuñaciones provinciales de la ciudad, el cuarto capítulo se dedica a la revisión historiográfica de su ceca, desde la obra de Antonio Agustín, Diálogos de las medallas, inscripciones y otras antigüedades editada en 1587, hasta los trabajos más recientes, conformando de esta manera un proceso evolutivo con el que pretendemos clarificar cómo se desarrolló el conocimiento de la oficina provincial desde diversas ópticas y vertientes; desde la naturaleza de las emisiones y los magistrados que nos documentan; las distintas propuestas cronológicas para buena parte de ellas; el funcionamiento del taller; un exhaustivo catálogo de todos los epígrafes monetales con referencias a sus paralelos en la amonedación estatal y su difusión en otros talleres provinciales. A continuación, acometemos un estado de la cuestión sobre los estudios iconográficos de la ceca, grueso de esta tesis doctoral, con especial mención a los retratos imperiales y a los tipos iconográficos de los reversos los que, en líneas generales, pueden englobarse en tres grandes bloques temáticos constituidos por los tipos fundacionales, los religiosos y aquellos otros relacionados con la propaganda dinástica y el culto imperial, aunque todos ellos se complementaron y solaparon indisolublemente en su trayectoria monetaria. En este mismo capítulo realizamos al final algunas apreciaciones en torno a los valores emitidos, los estudios de cuños y diversas evaluaciones con respecto a la circulación monetaria, tema ligado al de la funcionalidad del taller y, por lo tanto, clave en la compresión del fenómeno que pretendemos abordar por determinar la identidad de los destinatarios de las monedas cesaraugustanas y, por extensión, también los de sus mensajes. El capítulo quinto se enfoca al análisis de los anversos monetales como lugar de homenaje político a Augusto, sus sucesores y en general a los miembros de la domus Augusta mediante la figuración de sus respectivos retratos, posiblemente el símbolo más representativo de la amonedación de época imperial. Tras profundizar en el debate existente sobre las razones de su adopción, bien como un homenaje político voluntario de las cecas siguiendo la línea de las imágenes personales de las emisiones del Segundo Triunvirato, o por razones más funcionales como las de dotar a la moneda provincial de una garantía visual de autoridad que facilitase su función económica y reforzase su circulación y aceptación, nos adentramos individualmente en cada uno de ellos, analizando su representatividad en el contexto general, su orientación, la presencia o no de la característica láurea sobre las sienes de los emperadores, los valores a los que quedaron reservados, las leyendas a ellos vinculados y sus características y evoluciones estilísticas más sobresalientes con objeto de fijar paralelos iconográficos con la moneda imperial y, por supuesto, también a los modelos más en boga en aquellos momentos. Pero tan importantes como la omnipresencia del retrato sobre los bronces cesaraugustanos se revelan los casos excepcionales en los que este no fue representado. Sobre todos ellos también nos detenemos de manera especial, habiéndonos sido posible fijar esta tendencia a partir de la anualidad del 4-3 a.C., siempre de manera circunstancial, generalmente en valores de múltiplos de unas emisiones cuya iconografía general denota un interés conmemorativo fundacional, al menos en los casos que se produjeron con Augusto y Tiberio, aunque bajo el gobierno de este último acontecimientos religiosos trascedentes en la vida de la colonia, que bien pudieron corresponderse con el de la inauguración de algunos de sus templos, derivaron en la sustitución de la efigie por otro tipo de composiciones que se consideraron más apropiadas. Queda puesto de manifiesto que el primer gran programa cívico propagandístico de Caesar Augusta fue el fundacional, el de la plasmación visual de sus orígenes como el elemento más representativo de su romanidad al que dedicamos el capítulo sexto en su conjunto. Con la escena ritual de la yunta anunció que su sagrado nacimiento se había producido emulando al de Roma; con un amplio elenco de signa militaria recordó con orgullo su raíz militar; y con la inclusión de los instrumentos sacerdotales del lituus y simpulum junto al retrato de Augusto que su origen había estado protagonizado por los mismos auspicios y por los mismos dioses presentes en los gloriosos orígenes míticos del pueblo romano. A nuestro modo de ver, la proliferación de este tipo de imágenes solo puede ser entendida en el marco del nuevo uso que el Principado dio al mito fundacional de Roma como mito propio del Estado, por el que la figura de Rómulo terminó por consagrarse en el exemplum del princeps mediante una serie de imágenes que, si bien no resultaban desconocidas, adquirieron en este contexto nuevas e interesantes connotaciones, además de por la política de fundaciones coloniales y el asentamiento en ellas de veteranos legionarios verificada por Augusto. Por esta razón, los primeros epígrafes de este capítulo sexto están dedicados al mito fundacional de Roma, su plasmación en la moneda republicana en momentos muy determinados de su historia, su servicio a la exaltación mítica del Principado y el proceso evolutivo por el que Augusto terminó por ser tipificado como un nuevo Rómulo. Tras ello, la metodología que hemos seguido para analizar cada uno de los emblemas que hemos considerado fundacionales ha sido siempre la misma en todos ellos: el estudio de sus antecedentes en la amonedación republicana caso de que existan; la fijación de prototipos en la moneda imperial; su desarrollo tanto en las acuñaciones cívicas hispanas como en general en todas las provinciales; los motivos que justifican su presencia en estos talleres; las distintas tipologías adoptadas; su representatividad y evolución en los diferentes marcos geográficos y cronológicos en los que se desarrollaron; su relación o no con la condición jurídica de los centros emisores o los elementos iconográficos que se vincularon a ellos con la finalidad de complementar su significación y, por lo tanto, precisar lo máximo posible la que verdaderamente tuvo en Caesar Augusta. Hemos dedicado el capítulo séptimo al segundo bloque iconográfico que parece estar presidido en los primeros años de Tiberio por el emblema religioso del toro mitrado, que solo reapareció de manera circunstancial en la última emisión tiberiana. La imagen nunca formó parte de las emisiones que se centraron más detenidamente en la sucesión dinástica o el culto imperial, tampoco en aquellas otras de las que fueron magistrados honoríficos los césares, hijos de Germánico, Nerón, Druso y Cayo, las que honraron a Livia como Iulia Augusta ni las que incluyeron representaciones de templos y estatuas, argumentos que nos parecen lo bastante sólidos para justificar nuestra decisión de no incluirlo dentro del capítulo siguiente, dedicado a la propaganda dinástica y el culto imperial, y dedicarle, en cambio, uno propio. La historiografía especializada siempre ha insistido en que la presencia del toro como tipo iconográfico de la Numismática hispana en general y de la tarraconense en particular fue muy abundante, aunque también siga resultando en la actualidad uno de los más complejos de definir e interpretar. Sin embargo, el que en líneas generales haya sido estudiado globalizando todas las modalidades que ofrece el animal bajo el término genérico de "toro", omitiendo o minusvalorando las diferencias tipológicas de cada una de las cecas, ha tenido como consecuencia el que haya pasado desapercibido por completo un hecho histórico que consideramos de suma relevancia, pues el nacimiento del toro mitrado como emblema cívico monetal nació en Caesar Augusta y en el marco particular sobre el que se desarrolló, hacia el 7 d.C., la magistratura honorífica de Germánico. Tras el planteamiento de toda esta problemática que concierne al toro hemos seguido la misma metodología que la aplicada a los tipos fundacionales. El estudio de la presencia del animal en la amonedación republicana e imperial bajo múltiples tipologías, y el de su adopción, desarrollo y representatividad en los contextos provinciales nos ha permitido comprobar que los talleres hispanos se sintieron muy proclives a las representaciones de bóvidos pero no bajo el reinado de Tiberio, como de manera frecuente se afirma, posiblemente por la apertura entonces de nuevos talleres como los de Osicerda, Graccurris, Cascantum o Clunia que hicieron un uso reiterado del mismo, sino con mayor peso bajo Augusto gracias a las fecundas emisiones de la colonia Lepida-Celsa, como primera ceca hispana en representarlo, y del municipio de Calagurris, pero muy mermadas en su actividad productiva a partir de la muerte de Augusto. El capítulo octavo se centra en el tercer gran bloque iconográfico publicitado por las acuñaciones cesaraugustanas, esto es el de la propaganda dinástica y el culto imperial. Esta temática alcanzó su momento de mayor representatividad bajo el mando del emperador Tiberio, coincidiendo con ese cambio del programa propagandístico de la ceca al que nos venimos refiriendo y en el que la gloria de los orígenes, de tanto predicamento en la amonedación del periodo anterior, parece quedar ahora arrinconada. Cierto es que esta tendencia comienza a corroborase ya a finales del reinado de Augusto, cuando Germánico aceptó el desempeño de una magistratura mientras la colonia se hizo eco de los cambios a los que el princeps se vio obligado a realizar en la línea trazada de la sucesión dinástica. Sin embargo, fue con Tiberio cuando el apego y devoción de Caesar Augusta hacia la figura del emperador reinante y a la de su propia domus se intensificaron de manera extraordinaria en el lenguaje de unas imágenes variadas en su tipología y ricas en contenidos ideológicos, a las que como en los grupos anteriores también nos hemos aproximado intentando determinar los modelos, su presencia en el monetario provincial y las circunstancias históricas que, tanto a nivel local como general, facilitaron su nacimiento, difusión, permanencia u olvido. Un nuevo cambio de mentalidades constatamos de forma clara en el transcurso del mandato de Calígula, y precisamente por ello no solo resultó necesario recurrir a nuevas imágenes hasta entonces desconocidas, sino también recuperar otras olvidadas mientras se postergaron otras que no se adaptaban plenamente a los nuevos propósitos. En el primer grupo se circunscriben las más augusteas, mientras que en el segundo se encuentran las tiberianas. De esta manera, volvió a presidir el programa propagandístico de la ceca la yunta fundacional, la misma imagen vinculada a Augusto pero que ahora, sin embargo, adquirió matices nuevos que modificaron y readaptaron los mensajes a unos contextos históricos distintos a los que la generaron. No se trataba tanto de glorificar la génesis de la colonia como la de vincularla a Calígula como nueva cabeza del Imperio por medio de Marco Vipsanio Agripa, Germánico, Agripina la Mayor y el Diuus Augustus, presentes a consecuencia de la propaganda familiar elaborada desde Roma en su papel de legitimación dinástica. Por otro lado, somos conscientes que no todos los autores elevan a la categoría de emblemas cívicos propios a los tipos epigráficos y toponímicos, pero la reiteración del acrónimo y el uso que del mismo hizo Caesar Augusta parecen demostrar todo lo contrario. A lo largo del capítulo noveno esbozamos las líneas maestras que rigieron su evolución tanto en el contexto local como en el de otras cecas hispanas, desde su papel secundario en los últimos años del Principado de Augusto a su progresiva revalorización con Tiberio por la influencia que creemos que en este punto ejerció el taller de Tárraco, en un proceso que finalizó en las últimas emisiones tiberianas, con su independencia como tipo monetal con entidad propia, y que siguió manteniendo con Calígula. Tras las preceptivas conclusiones el trabajo prosigue con el capítulo dedicado a la bibliografía consultada que, por comodidad, hemos optado por subdividirla en cuatro sectores. En el primero se reúnen las abreviaturas utilizadas a lo largo del texto de los principales catálogos numismáticos y obras de referencia más importantes, para las revistas científicas se siguen las del L'Année Philologique. En el segundo recogemos las ediciones críticas y traducciones de las que nos hemos servido para las alusiones a los textos de los autores clásicos que, en todo momento, son citados según se recogen en la cuarta edición del Oxford Classical Dictionary. El tercer apartado lo hemos reservado para la bibliografía general, y el cuarto para las páginas webs consultadas. Asimismo, queremos dejar constancia que a lo largo del texto hemos optado por el uso indistinto de nombres latinos o de su castellanización, una combinación o alternancia que aligera la lectura y evita el uso excesivo de la letra itálica, así como el criterio de los latinistas modernos en el uso de la u y v en los documentos, letreros epigráficos y numismáticos. La tesis finaliza con una amplia gama de colecciones de tablas y mapas que dan cuenta de la difusión en el contexto general de las acuñaciones provinciales de los mismos emblemas cívicos utilizados por Caesar Augusta, razón por la cual no hemos incluido mapas -pero sí tablas- en los casos en los que una determinada tipología solo se documente en nuestra ciudad. Todo ello ha servido para conformar estas páginas en las que hemos pretendido acercarnos, por medio de la iconografía monetal, a la forma en que los cesaraugustanos se vieron a sí mismos y cómo quisieron que su colonia fuera reconocida desde el exterior. Gracias al lituus con el que los augures interpretaron la voluntad divina sobre la nueva fundación; a la yunta que arañó sus límites; a los signa militaria que guiaron a los colonos de las tres legiones fundadoras a su nuevo asentamiento en la margen derecha del Ebro; a los templos y grupos escultóricos que se levantaron en el foro y espacios públicos como signos inequívocos de prestigio, de su condición urbana y de adhesión fervorosa al centro del poder, o a los miembros de la domus Augusta que aceptaron magistraturas honoríficas y/o fueron representados en el monetario, Caesar Augusta, inmersa en el amanecer de los nuevos tiempos y conocedora de ser "la ciudad de Augusto", se alzó como referente de la gloria y del poder de Roma que, propiciado por un nuevo Rómulo la creó y convirtió en lo que Aulo Gelio definió durante el reinado de Marco Aurelio en quasi effigies paruae simulacraque de Roma.

Pal. clave: numismática ; arqueología ; iconografía

Área de conocimiento: Arqueología

Departamento: Ciencias de la Antigüedad

Nota: Presentado: 19 10 2015
Nota: Tesis-Univ. Zaragoza, Ciencias de la Antigüedad, 2015

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 Registro creado el 2016-02-10, última modificación el 2019-02-19


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