Resumen: Los tópicos son verdades a medias, interesadas y parciales; certezas tan estereotipadas que acaban en una forma especialmente perversa de mentira. Esos “hijos de la pereza intelectual y hermanos del prejuicio” (Arteta 2012, 10) se fundan cómodamente en una suerte de consenso social. El saber compartido que los destila dice conocer bien “cómo son las cosas”. Los tópicos suelen utilizarse para simplificar un argumento sin dar muchas explicaciones, para decir “esto es así y punto”, dar un puñetazo sobre la mesa y cerrar la discusión apelando a ese presunto conocimiento arcano que conecta con un sentido común casi místico. A menudo terminan por justificar el mantenimiento del statu quo apuntalando formas y mecanismos de discriminación u opresión. Por eso puede decirse que los tópicos – manipulando el célebre título de Levi-Strauss – son, casi siempre, tristes. Según dos de los significados recogidos en el diccionario de la RAE, algo triste es insignificante, insuficiente e ineficaz, pero también que ocasiona pesadumbre o melancolía. Recurrir al tópico es una forma triste de argumentar, a la vez fácil y asombrosamente eficaz, que nos tienta en la barra del bar, en las tertulias políticas o en el ámbito académico y el debate parlamentario – presuntamente más “elevados”. Es algo que no deja de asombrar y entristecer, pues la tarea de pensar es compleja y, por eso mismo, se supone apartada de tópicos y lugares comunes.